martes, 6 de julio de 2010

La otra cara de la superficie

La sorpresa de lo nunca experimentado, inimaginado, inimaginable.-

Creemos saberlo todo: lo que nos gusta y lo que no nos gusta. De antemano, por la ley de la causa y efecto, porque siempre que he hecho una cosa ha sucedido esta otra misma cosa creemos que las situaciones serán las mismas o muy parecidas, que nada puede sorprendernos porque ya hemos vivido casi todo tipo de experiencias. Creemos que la conducta humana se rige por las mismas reglas y principios por los que se mueve la ciencia de la naturaleza: si en tal ocasión fui de vacaciones a tal ciudad y no me gustó, la próxima vez que vuelva a la misma ciudad tampoco me gustará; Si tuve una mala experiencia en una excursión a la montaña, nunca volveré a disfrutar en la montaña; si nunca me han gustado las bodas tampoco la mía me gustará el día que llegue….

Hacemos una aplicación tan generalizada de las leyes de la ciencia empírica que se nos olvida que los seres humanos nos regimos por otras razones y aparentes “sinsentidos”. Los gustos personales, los sentimientos o la psicología tienen pautas de actuación difíciles de predecir. Y aún en el caso de que muchas veces se repitan convirtiéndose en habituales, en cualquier momento pueden cambiar de dirección y sorprendernos.

Siempre me han disgustado las bodas. Siempre he asistido a ellas de forma casi obligada y he aguantado el tirón por “obligación social”. Nunca he entendido ese teatro lleno de gente disfrazada actuando en la mejor obra de sus vidas. Además, el protagonismo siempre ha sido algo que me ha hecho sentir incómoda. Por eso, a la vista de la celebración de mi propia boda pensé que sería un día más, con ciertas obligaciones de compostura social hacia los demás. Y ello, no sólo por la experiencia de no haber disfrutado de tantos y tantos eventos matrimoniales sino además, por creer conocerme a mí misma, mis gustos y mi naturaleza interior.

Sin embargo, tras vivir la experiencia en mis propias carnes tengo que decir que nada fue como estaba previsto sino muchísimo mejor. Jamás imaginé que experimentaría ese día tal nivel de alegría y entusiasmo. Ese día estuve inmersa en mi ilusión, mi euforia y mi instinto. Poco importaba lo que opinaran de mí los demás. Me apetecía compartir con casi toda aquella gente de la que me encontraba rodeada un momento así, un momento que descubrí que era realmente especial a pesar de mis reticencias iniciales a creérmelo del todo. No me importaba el vestido, no me importaba qué protocolo tenía que seguir a continuación, ni lo que esperaban los demás de mí en cada momento. Sólo me sentía la persona más contenta y feliz del momento, entusiasmada por ver junta a toda mi gente más querida, esa gente que nunca has podido reunir a la vez, el mismo día, el mismo momento, en el mismo lugar y por un motivo muy importante (puesto que si no hubiera sido por ello no habrían venido). La emoción me embargó a lo largo de todo el día, no sólo por lo que yo sentía sino también por la emoción tan sincera que manifestó mi gente más cercana.

Jamás habría podido imaginar un remolino interior tan intenso, tantos buenos sentimientos y emociones, tal sensación de euforia y alegría. Jamás habría podido imaginar que el típico acto protocolario de un matrimonio, ese que no presentaba una especial atracción para mí en principio, se había convertido en uno de los mejores días de mi vida.

M06/07/2010.