Éxitos y fracasos recorren nuestras vidas y cada una de nuestras decisiones en esta cotidianeidad que nos ha tocado sobrellevar.
¿Y qué preferimos? ¿Cuál es el camino que debemos seguir para alcanzarlo?
Consciente y aparentemente, parece que la primera pregunta tiene una respuesta bastante sencilla. ¿Quién va a desear el fracaso? Por supuesto que toda persona que se encuentre con sus facultades mentales y anímicas en buen estado se decanta por el éxito en todos sus ámbitos: personal, familiar, laboral…
¿Pero qué pasa con la respuesta a la segunda pregunta? ¿Cuál es la vía para llegar al éxito?
Si miramos a nuestro alrededor con un rayito de objetividad y crítica analítica podemos observar quién gana en el gran juego de hipocresía imperante.
Los programas de reallity los ganan aquellas personas que son víctimas o fingen ser víctimas de las circunstancias (la madre soltera que tuvo que criar a su hijo sin ayuda del padre, la persona que lucha por salir de su adicción a cualquier droga, etc). Las mayores ayudas y ventajas económicas y sociales que las instituciones públicas ofrecen siempre caen en manos de aquellas personas, que al margen de la realidad, son o fingen ser víctimas de todo (malos tratos, paro, madres solteras, dependencia funcional…). Y, en el ámbito social, todas nuestras miradas y nuestra solidaridad va dirigida siempre a aquellas personas que peor suerte parecen haber tenido en esta vida. Si tenemos un amigo que ha triunfado en su vida laboral y ha conseguido lo que ninguna persona de nuestro entorno había alcanzado hasta ahora, nos alegramos, pero nos alegramos menos de lo que deberíamos, o al menos no gastamos tanta energía en celebrarlo y disfrutarlo como cuando nos compadecemos de aquel otro amig@ que ha tenido “la mala suerte” de sufrir alguna circunstancia adversa, sin tener en cuenta si ha sido cuestión de mala suerte o cuestión de imán consciente o inconsciente.
Sí, estoy convencida de que muchas veces nosotr@s mismos nos ponemos, consciente o inconscientemente, en situaciones lastimosas y de sufrimiento y me explico: ¿A cuántas personas conocemos que pasan los días, las semanas e incluso los meses enteros llorando y lamentando lo desgraciadas que son y temiendo lo malo que les deparará el futuro? ¿A cuántas personas conocemos que se dedican a ingeniar toda clase de artimañas y fraudes para cobrar el paro sin merecerlo, para conseguir subvenciones que no les corresponden…? ¿A cuántas personas conocemos que están sufriendo situaciones complicadas, intentamos ayudarle y se niegan a recibir ningún tipo de ayuda de los demás por orgullo o ceguera mental?
Entonces…, yo me planteo muchas veces si las adversidades que sufrimos muchas veces son queridas o no por nosotr@s mismos, si las atraemos consciente o inconscientemente con nuestra negatividad constante de pensamiento.
Pero de lo que estoy totalmente convencida es de que, en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir, el victimismo y la lástima triunfan por encima de cualquier otra circunstancia o situación. La lástima y la compasión son valores que venden y ya se sabe que el mercantilismo puro y duro es el rey de nuestro tiempo. El éxito sin obstáculos lastimosos apenas nos interesa, tan sólo se nombra de pasada. No importa el esfuerzo en silencio que la persona haya tenido que hacer para llegar hasta la meta, sólo importa el resultado si en el camino hubo obstáculos crueles que manifestaron un sufrimiento palpable y clamoroso.
Dar pena no sólo está de moda si no que además atrae la atención y la ayuda de todo nuestro entorno. Una vez más, importa más la forma que el fondo. No interesa saber la razón de fondo por la que una persona se encuentra en tal situación lastimosa, da igual si se perjudica a otra persona solidarizándonos con esa desdicha “atraída”, porque la lástima y el victimismo ganan la batalla actualmente.
M01/02/2011.
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