lunes, 12 de abril de 2010

Hablemos, pero no de política.

La política me rodea a diario, pero no sólo a mí por trabajar dentro de un Ayuntamiento, sino a la mayoría de los mortales. Continuamente nos vemos envueltos en declaraciones, discursos y panfletos políticos; la televisión no para de bombardearnos y sus protagonistas nos quieren vender la moto de que la política es el arte más dignificante porque tiene como fin el bienestar y el progreso de toda una sociedad. Desde luego, discutir con ellos de esto o cualquier otro tema es más que perder el tiempo, porque además de ser expertos en el dominio de la palabrería terminan creyendo que te han convencido a ti también y que tu opinión ha sido una mera irreverencia espontánea. Nadie tiene más razón que ellos, nadie ve las cosas con más objetividad que los políticos, nadie trabaja más que el que dirige una entidad administrativa pública y, por consiguiente, todos los demás somos sectarios, destructores, con fines menos nobles y sumamente egoístas porque trabajamos tan sólo por y para nosotros mismos.

¿Pero….se creen que somos todos tontos? ¿Creen que nos tragamos sus cuentos? ¿Fines nobles? ¿El arrastrarse hasta donde haga falta sólo por conseguir un puesto es un fin noble? ¿El cambio de chaqueta cada vez que cambia la corriente de aire es una actitud loable? ¿Van a negarnos que el fin esencial de conseguir un puesto político es sobrevivir y ganar dinero fácil? No creo que nadie busque trabajo por fines altruistas exclusivamente, lo que pasa es que es mucho más eficaz y efectivo centrarse en ese argumento para conseguir votos y llegar a la meta. El día siguiente a las elecciones parece haber tenido lugar un lavado de cerebro: las promesas se diluyen porque hay 4 años por delante para volver a tener que ganar de nuevo el concurso. Cuando llegue de nuevo la tómbola ya se hará lo que sea necesario para ganar el premio de nuevo.

¿Son fines altruistas? Tal vez es que ellos hayan inventado un concepto diferente de “dar a los otros”, se les olvidó señalar que los otros son su padre, su vecino, su amigo o su hijo. Pero al fin y al cabo siguen siendo otros, otros que bailan a su mismo son o juegan al mismo engaño con el que ellos ganaron las elecciones.

¿Fines nobles? ¿Dónde están esos fines nobles? ¿Cuándo colocan de concejal, de alcalde o incluso de ministro a una persona que ni siquiera ha pasado por la universidad, por el instituto o incluso ni ha terminado la E.G.B? ¿Cuándo fijan a su antojo su sueldo mensual y sin embargo no tienen un horario de trabajo como el resto de los trabajadores? ¿Cuándo adjudican las obras y servicios a sus propias empresas, amigos, familiares o vecinos? ¿Cuándo dan puestos de trabajo a sus hermanos de carné político? ¿Cuándo se creen los amos del cortijo y te tratan con la punta del pie sólo porque los avalan unos cuantos votos, conseguidos de forma demagógica? ¿Esa es la legitimidad que les ampara? ¿Esos son sus principios orientadores y los valores que los definen?

Pues sólo quiero decir que a mí, como al resto de los mortales, me ha llegado a oídos su cuento pero no me llega: no me lo creo. A mí no me hacen tonta, porque por muchas palabras rimbombantes y muchas apariciones públicas que hagan en periódicos, radios y televisiones públicas sus hechos sumergidos me pesan, quizás mucho más que a ellos en sus conciencias.

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