viernes, 14 de mayo de 2010

La sociedad de los finales

¿En qué clase de sociedad vivimos? ¿Dónde han quedado los valores y los principios que antaño nuestros padres y maestros pretendían inculcarnos? ¿Qué es lo que nos guía en nuestro actuar diario?

Vivimos inmersos en una carrera rutinaria y frenética, constante. Todos los días nos levantamos con prisa, estresad@s, con miles de tareas pendientes de realizar a lo largo del día y en esta inercia que nos arrastra no encontramos tiempo ni para pararnos a pensar. Pensar y reflexionar han dejado de ser hábitos para convertirse en una tarea reservada tan sólo a los eruditos o filósofos. Y es más, ni si quiera se echa en falta esa falta de tiempo para la reflexión y para la meditación porque además, somos tan list@s e inteligentes que sabemos tomar decisiones rápidas, espontáneas sin tener que parar y sentarnos a analizar nada.

Sin embargo, el día a día, el contacto con nuestro entorno, las instituciones y las personas (conocidas o desconocidas) nos ponen sobre la mesa una serie de actuaciones llenas de incoherencia y faltas de cualquier atisbo de humanidad. Percibo frecuentemente altas dosis de egoísmo, envidia, mentira, cinismo, hipocresía y un sin fin de otros contravalores que hacen primar lo racional sobre lo razonable. Y, como todos sabemos, siempre hay una razón para todo. Ahora bien, que esa razón además sea razonable es harina de otro costal.

No hay más que ver la actuación de nuestro presidente del gobierno para comprobar que la palabrería y la demagogia priman sobre la honestidad, la lealtad a las ideas o el compromiso de la palabra nada. Antiguamente un simple acuerdo verbal y un apretón de manos era garantía de lo pactado. Hoy ni la mismísima firma del presidente del gobierno supone ninguna certeza de que vaya a respetar su compromiso.

Y ante esta situación, ¿vamos a mejorar a España? ¿vamos a sacarla de la crisis? ¿así vamos a elevar el grado de bienestar? ¿estamos dando un buen ejemplo para nuestros descendientes?

Desde el hogar criticamos al político, al periodista, al vecino…pero nos morimos de envidia por tener una casa más grande que la suya, un coche más caro y un trabajo más ostentoso. ¿Y qué ganamos con eso? ¿No tenemos bastante con llevar nuestras propias vidas que además queremos llevar las de los demás? ¿No basta con ser infelices con la vida que tenemos que también queremos superar la vida de los demás? ¿No nos damos cuenta de que la envidia nos hace infelices por dos veces?

Y entre estos hábitos vivimos: con la envidia, el egoísmo, el cinismo, el orgullo, la hipocresía, la insolidaridad (salvo cuando por educación sacamos su opuesto), con la falta de honestidad, de humildad, de ideales, del espíritu de lucha y sacrificio por nada… Y así vamos a ser felices, a mejorar nuestra vida y transmitir a nuestros sucesores la mejor forma de hacer las cosas.

V14/05/2010

viernes, 7 de mayo de 2010

Siempre chocando en las mismas rocas.

¿De verdad es necesario sufrir para aprender?

¿Cuántas veces hemos escuchado aquella frase de que “nadie escarmienta en el ojo ajeno”? Nuestros padres y nuestros abuelos la sacan a relucir a cada paso, aunque les cueste un poco más aceptar sus consecuencias.

Está claro que un buen ejemplo siempre ha enseñado más que unas simples palabras, porque como dice aquella frase célebre “las palabras incitan, pero el ejemplo arrastra”. Pero aún así…¿se aprende tan sólo viendo el ejemplo o es necesario sufrir la experiencia en nuestras propias carnes para asimilar la lección?

Aunque pudiéramos pensar que la simple observación de un modelo ejemplar puede enseñarnos es evidente que podemos imaginar los resultados y como se sienten las personas que han vivido la experiencia que nos sirve de ejemplo, pero no sabemos realmente cuáles han sido sus sentimientos, sus sensaciones ni el esfuerzo que les supuso.

Hoy día, en una sociedad donde triunfa el victimismo, casi todo el mundo se enorgullece de haber sufrido. Quizás el único aspecto positivo de ese sufrimiento sea el aprendizaje que se puede sacar de él, si es que verdaderamente se ha obtenido. ¿Pero tan sólo aprende el sufridor? Yo me niego a aceptarlo. Al menos me niego a aceptar que todas las personas de este mundo estemos tan obcecadas en nuestras propias vidas y no tengamos en consideración lo que sucede a nuestro alrededor. El egoísmo y el orgullo no pueden ser tan extremados como para olvidar o ignorar el sufrimiento y el esfuerzo que han vivido o aún hoy soportan nuestros antepasados, nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros compañeros…

El Estado de Bienestar nos ha alejado de la “mala vida” del pasado pero, ¿nos ha cegado tanto como para ser tan necios y tirar a la basura todo el aprendizaje arrastrado de generación en generación? Es frecuente ver hoy día cómo un ingeniero o licenciado se cree superior a otra persona que jamás pasó por la universidad ni por el instituto. Parece que la experiencia personal está infravalorada o quizás sea que estamos tan inflados de autoestima, o por qué no decirlo, de chulería, que nadie puede igualarnos o superarnos en sabiduría. Y yo me pregunto, ¿esa es nuestra superioridad?, ¿esa es nuestra sabiduría?

Sólo el tiempo nos demostrará que no somos todopoderosos, que hay otros a los que la vida les ha enseñado más sin pasar por la universidad y que la ignorancia de su ejemplo nos ha llevado a lo más hondo de la estupidez humana.
V07/05/2010