¿En qué clase de sociedad vivimos? ¿Dónde han quedado los valores y los principios que antaño nuestros padres y maestros pretendían inculcarnos? ¿Qué es lo que nos guía en nuestro actuar diario?
Vivimos inmersos en una carrera rutinaria y frenética, constante. Todos los días nos levantamos con prisa, estresad@s, con miles de tareas pendientes de realizar a lo largo del día y en esta inercia que nos arrastra no encontramos tiempo ni para pararnos a pensar. Pensar y reflexionar han dejado de ser hábitos para convertirse en una tarea reservada tan sólo a los eruditos o filósofos. Y es más, ni si quiera se echa en falta esa falta de tiempo para la reflexión y para la meditación porque además, somos tan list@s e inteligentes que sabemos tomar decisiones rápidas, espontáneas sin tener que parar y sentarnos a analizar nada.
Sin embargo, el día a día, el contacto con nuestro entorno, las instituciones y las personas (conocidas o desconocidas) nos ponen sobre la mesa una serie de actuaciones llenas de incoherencia y faltas de cualquier atisbo de humanidad. Percibo frecuentemente altas dosis de egoísmo, envidia, mentira, cinismo, hipocresía y un sin fin de otros contravalores que hacen primar lo racional sobre lo razonable. Y, como todos sabemos, siempre hay una razón para todo. Ahora bien, que esa razón además sea razonable es harina de otro costal.
No hay más que ver la actuación de nuestro presidente del gobierno para comprobar que la palabrería y la demagogia priman sobre la honestidad, la lealtad a las ideas o el compromiso de la palabra nada. Antiguamente un simple acuerdo verbal y un apretón de manos era garantía de lo pactado. Hoy ni la mismísima firma del presidente del gobierno supone ninguna certeza de que vaya a respetar su compromiso.
Y ante esta situación, ¿vamos a mejorar a España? ¿vamos a sacarla de la crisis? ¿así vamos a elevar el grado de bienestar? ¿estamos dando un buen ejemplo para nuestros descendientes?
Desde el hogar criticamos al político, al periodista, al vecino…pero nos morimos de envidia por tener una casa más grande que la suya, un coche más caro y un trabajo más ostentoso. ¿Y qué ganamos con eso? ¿No tenemos bastante con llevar nuestras propias vidas que además queremos llevar las de los demás? ¿No basta con ser infelices con la vida que tenemos que también queremos superar la vida de los demás? ¿No nos damos cuenta de que la envidia nos hace infelices por dos veces?
Y entre estos hábitos vivimos: con la envidia, el egoísmo, el cinismo, el orgullo, la hipocresía, la insolidaridad (salvo cuando por educación sacamos su opuesto), con la falta de honestidad, de humildad, de ideales, del espíritu de lucha y sacrificio por nada… Y así vamos a ser felices, a mejorar nuestra vida y transmitir a nuestros sucesores la mejor forma de hacer las cosas.
V14/05/2010